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A
finales de este mes, el Ministerio de
Energía de los Estados Unidos (DOE) recibirá
un informe de un grupo de expertos, acerca
de las perspectivas en fusión fría – la
supuesta generación de energía termonuclear
mediante el uso de aparatos que quepan sobre
una mesa. Se trata de un extraordinario
reverso de la fortuna: más de una cabeza se
giró cuando James Decker, subdirector de la
Oficina de Ciencia del DOE, anunciaba el
inicio de las revisiones científicas acerca
de la fusión fría. Allá por noviembre de
1989, una investigación efectuada por el
propio Ministerio fue la causante de que se
determinasen como poco convincentes todas
las evidencias relacionadas con la fusión
fría. Esta claro que algo importante ha
debido de suceder para que ahora este asunto
merezca la atención de las autoridades.
La historia de la fusión fría comienza con
la (ahora considerada infame) conferencia de
prensa de marzo de 1989. En aquella ocasión,
Stanley Pons y Martin Fleischmann, ambos
electroquímicos de la Universidad de Utah en
Salt Lake City, anunciaron el logro del
proceso de fusión mediante el empleo de una
batería conectada a electrodos de paladio
sumergidos en un baño de agua, en la cual,
el hidrógeno era reemplazado por su isótopo
el deuterio (también conocida como agua
pesada). Con este anuncio llegó la idea de
que la fusión de sobremesa podría producir
energía barata, limpia y más o menos
ilimitada.
Según el punto de vista tradicional de los
físicos sobre la fusión, forzar dos núcleos
de deuterio próximos a juntarse en un grado
tal que les permita fusionarse, requiere
temperaturas de decenas de millones de
grados Celsius. El anuncio de que esto
podría hacerse a temperatura ambiente usando
un par de electrodos conectados a una
batería hizo aumentar la credulidad. [Ver
foto "¿Demasiado
bueno para ser cierto?"].
Pero mientras algunos científicos informaban
que habían sido capaces de reproducir el
resultado esporádicamente, muchos otros
enviaban informes con resultados negativos.
Y la fusión fría fue enseguida estigmatizada
como “ciencia basura”.
La opinión general, hoy en día, es que los
defensores de la fusión fría no son mejores
que los vendedores de aceite de serpiente y
amuletos de la suerte. Los críticos dicen
que las afirmaciones acerca de la fusión
fría necesitan verse respaldadas con
evidencias excepcionalmente fuertes, y que
tales pruebas simplemente no se han
materializado. “En mi opinión, nada ha
cambiado como para hacer de la fusión fría
algo merecedor de un segundo de mi tiempo,”
comenta Steven Koonin, miembro del grupo de
expertos que evaluó para el DOE la fusión
fría allá en 1989, y que ahora es jefe
científico en BP, la compañía energética con
sede en Londres.
Debido a este tipo de actitudes, la ciencia
ha ignorado el fenómeno durante 15 años.
Pero un pequeño grupo de dedicados
investigadores ha continuado con su estudio.
Según ellos, el cambio de actitud del DOE ha
sido un paso crucial encaminado al retorno
de la fusión fría a la escena científica.
Entre bastidores, científicos de muchos
países, pero particularmente
estadounidenses, japoneses e italianos, han
seguido trabajando en silencio durante más
de una década para comprender la ciencia que
hay detrás de la fusión fría. (Hoy en día la
llaman “reacciones nucleares de baja
energía” o, algunas veces, “reacciones
nucleares asistidas químicamente”). Para
ellos el cambio experimentado por el DOE es
simplemente un reconocimiento a la postura
que llevan largo tiempo manteniendo: sea lo
que sea la fusión fría, necesita ser
explicada mediante procesos científicos
apropiados.
La primera insinuación del probable
cambio de marea llegó en febrero del 2002,
cuando la Armada estadounidense reveló que
sus investigadores habían estado estudiando
en secreto la fusión fría, con más o menos
continuidad, desde que se inició la debacle.
Gran parte de este trabajo se efectuó en el
Centro de Sistemas de Guerra Espacial y
Naval de San Diego, donde la idea de generar
energía partiendo del agua marina – una gran
fuente de agua pesada – debió parecer más
cautivadora que en otros laboratorios.
Varios investigadores del centro habían
trabajado con Fleischmann, un respetado
electroquímico, y encontraron difícil
aceptar que se hubiese equivocado por
completo. Es más, la Armada promovió una
especie de cultura de amor al riesgo y
dispuso pequeñas cantidades de fondos para
que los investigadores persiguiesen sus
propios intereses.
En San Diego, y en otros centros, los
científicos hicieron acopio de un
impresionante cuerpo de evidencias en el
sentido de que algo extraño sucedía cuando
una corriente atravesaba electrodos de
paladio sumergidos en agua pesada.
Y en 2002, unos cuantos científicos de la
Armada pensaron que había llegado el momento
de arrojar el guante en desafío. Un informe
en dos volúmenes titulado “Aspectos térmicos
y nucleares del sistema Pd/D2O”, incluía una
solicitud de mayores fondos por parte de
Frank Gordon, jefe de navegación y ciencias
aplicadas del centro de la Armada. “Ya es
hora de investigar este fenómenos de modo
que podamos obtener beneficios del saber
acumulado por los científicos. Ya es hora de
que las agencias de financiación del
gobierno inviertan en esta investigación”,
escribió. El informe llegó al DOE pero
parece que causó poco impacto.
Entonces, a finales de agosto, en un pequeño
hotel cercano al Instituto de Tecnología de
Massachussets (MIT), situado en Cambridge,
alrededor de 150 ingenieros y científicos se
reunieron con motivo de la Décima
Conferencia Internacional sobre Fusión Fría.
Los asistentes a la conferencia estaban
atónitos por el modo cuidadoso en que se
expresaban ahora varios investigadores,
anteriormente muy críticos. A lo largo de
los años, unos cuantos grupos repartidos por
todo el mundo habían reproducido el
experimento original de Pons-Fleischmann
sobre el efecto del exceso calórico,
consiguiendo algunas veces incluso el 250%
de la energía empleada durante el proceso.
Para estar seguros de que la fusión está
teniendo lugar, el exceso de energía por si
mismo no basta. Los críticos enfatizan
rápidamente que, además de energía, la
fusión de núcleos de deuterio debería
generar otros subproductos, tales como el
helio y el isótopo de hidrógeno conocido
como tritio. Las evidencias de estos
subproductos han sido escasas, aunque
Antonella de Ninno y sus colegas de la
Agencia Nacional Italiana para las Nuevas
Tecnologías, Energía y Medioambiente, en
Roma, han encontrado fuertes evidencias de
la generación de helio mientras las cédulas
de paladio producen el exceso calórico, no
así en otras circunstancias.
Otros investigadores están finalmente
empezando a explicar por qué el efecto Pons-Fleischmann
es difícil de reproducir. Mike McKubre del
Instituto Internacional de Investigación de
Stanford (SRI International), en Menlo Park
(California), un respetado investigador con
gran influencia entre aquellos que siguen la
fusión fría, cree que el efecto puede
observarse con cierta fiabilidad una vez que
los electrodos de paladio están rodeados de
deuterio en porcentajes del 100% - un átomo
de deuterio por cada átomo de paladio. Su
trabajo demuestra que cuando el porcentaje
baja apenas 10 puntos, hasta el 90%, solo
dos de cada 12 experimentos producen un
exceso calórico, mientras que todos los
efectuados a un 100% de deuterio generan el
exceso térmico.
Y los científicos están logrando una mayor
comprensión de la exactitud con que ocurre
el efecto. Stanislaw Szpak y sus colegas del
Mando del Centro de Sistemas de Guerra
Espacial y Naval han tomado vídeos con
imágenes infrarrojas de los electrodos de
paladio durante el proceso del exceso
energético. Parece ser que el calor no se
produce continuamente a lo largo de todo el
electrodo, sino únicamente en ciertos puntos
calientes que irrumpen y después mueren
sobre la superficie del electrodo. Este
mismo equipo ha evidenciado también la
presencia de curiosas mini-explosiones sobre
la superficie.
Fleischmann, que aún sigue relacionado con
la fusión fría como asesor de cierto número
de grupos, se siente justificado. En la
conferencia comentó: “Por ello creo que el
trabajo que se ha llevado a cabo demuestra
ampliamente la existencia de un nuevo campo
de investigación, tremendamente variado, que
pide a gritos ser explorado”. (Pons ya no
sigue implicado en este campo, tras haber
cambiado de especialidad una vez que el
laboratorio en el que trabajaba en el sur de
Francia cesara sus operaciones).
Para Peter Hagelstein, un ingeniero
electrónico del MIT, teórico de la fusión
fría y que fue moderador en la conferencia
de agosto del 2003, la calidad de los
documentos es tremendamente significativa.
“Es obvio que suceden ciertos efectos”,
comenta. Hagelstein, con dos de sus colegas,
cree que los resultados son tan evidentes
que merecen la atención del DOE, y de hecho
les permitió (a finales del año pasado)
asegurarse una reunión con Decker en el
Ministerio.
Fue una reunión que saldó drásticamente la
deuda. La revisión dará a los investigadores
de la fusión fría la oportunidad – quizás la
última – de demostrar su valía. El
Ministerio tiene aún que decidir qué se va a
hacer y quién va a hacerlo. No hay garantías
de financiación o apoyo futuro. Pero para
una disciplina cuyo nombre es sinónimo de
ciencia basura, la revisión por parte del
DOE es una gran oportunidad. |
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